martes, 8 de febrero de 2011

Más de lo mismo!


Un borracho está buscando con afán bajo un farol. Se acerca un policía y le pregunta qué ha perdido. El hombre responde: “mi llave”. Ahora son dos los que buscan. Al fin, el policía pregunta al hombre si está seguro de haber perdido la llave precisamente aquí. Éste responde: “no, aquí no, sino allí detrás, pero allí está demasiado oscuro” (Paul Watzlawick).


Todos tenemos actitudes que aplicamos sin discriminar. Mi viejo es  de dar cátedra, él es así, viene de familia. Da cátedra cuando tiene que darla y da cátedra cuando no tiene que darla, cátedra es algo que da (que sepa o no del tema, muchas veces es secundario).
Cuando yo era chiquito me rodeaba un entorno donde las discusiones de psicoanalíticas eran algo normal. Decidí a mis 14 años más o menos que iba a leer mucho para de grande poder participar en esas conversaciones. Hablar y decir cosas citando gente para mí era un valor.
Lo hice. Leí mucho y aprendí de muchas cosas. Sobre todo de psicoanálisis. Y en mi fuero interno pensé que debido a mis conocimientos la gente me quería, que era una de las principales razones por las que mis amigos me valoraban, el de hecho de poder decir por ejemplo: “esto es una idea de Freud”.
Con análisis de por medio, me di cuenta de que no sólo no me querían por eso, sino que eso causaba rechazo. Más de una vez, lejos de parecer interesante, terminaba como pedante. Pero acá viene el quid de la cuestión: no solo no aminoraba con el tema, sino que iba con el doble de fuerza. Porque pensaba que quizás no había explicado bien, o que me faltaba saber tal cosa, o aprender tal otra. De alguna manera en adentro mío estaba la creencia de que para me quieran tenía que saber la diferencia entre el ello de Grodeck y el de Freud. Curioso no? 
Es decir yo aplicaba un mismo comportamiento a toda circunstancia. Con el martillo de dar cátedra veía un mundo hecho de clavos. Pero dónde está el punto en el cual insistir ya no es más de valiente, y desistir no es de cobarde. Abandonar el dar cátedra, es aceptar que yo no puedo controlar porque me quieren. Y es de alguna manera revisar mi historia y ver que armé un mapa que no funciona. Una guía de ruta que lejos de solucionar mis problemas los mantiene en su lugar.  
El buen Watzlawick en su libro el arte de amargarse la vida nos da una regla sencilla para ir directo a la desdicha: “(…) no hay más que una sola, posible, permitida, razonable y lógica, solución al problema, y si estos esfuerzos no consiguen el éxito, ello sólo indica que uno no se ha esforzado bastante”.  Y aclara que para sufrir en serio esta norma no tiene que ponerse en duda.
Einstein en un sentido similar decía que es de locos hacer siempre lo mismo y esperar resultados diferentes. Y no queda duda que de locos todos tenemos un poco. Locura que nos lleva a buscar una y otra vez las llaves no dónde las perdimos, sino donde no hay oscuridad.

Quizás una de las cosas más lindas de la amistad sea, cuando alguien (aceptando todo esto) nos conoce lo suficiente para saber, que aquello más odioso de nosotros, no es otra cosa que un intento (fallido) de acercarse al otro; como un puercoespín que sólo con los pinches aprendió a abrazar.  

1 comentario:

  1. Justo hace unos días estaba leyendo "El arte de amargarse la vida"!
    Bien por Watzlawick y bien por vos, amigo, que te mandaste un post audaz.

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